El pasado jueves 20 de noviembre, se publicó en el periódico Nuevo Sureste (link) una entrevista sobre la afección al medio ambiente de las construcciones que se están llevando a cabo en el sureste de Madrid así como de las intervenciones del Bosque Metropolitano. Esta se engloba dentro de una serie de entrevistas a colegios profesionales para analizar la realidad de los desarrollos del sureste de la capital.
El encargado de representar al Colegio Profesional de Ambientólogos de la Comunidad de Madrid fue nuestro colegiado el Dr. Jesús Díaz (LinkedIn), cofundador de INENVEX, Doctor de Excelencia Europea en Ciencias Ambientales y Profesor Asociado de la Universidad Complutense de Madrid.
A continuación dejamos la entrevista:
P: Su tesis doctoral ofrece una visión estratégica que plantea el urbanismo desde una perspectiva medioambiental.
R: Eso es. Forma parte de un programa de experiencia europea que busca adaptar una ciudad a los diferentes desafíos medioambientales que nos encontramos hoy día. Desde la biodiversidad a la permeabilidad del suelo, pasando por la agricultura urbana. En ese contexto, hice especial hincapié en qué servicios ecosistémicos puede aportar el suelo urbano.
P: ¿Y cuáles son esos servicios?
R: El suelo urbano, dentro de todos los tipos de suelos es el más desconocido, porque sobre él se proyecta la ciudad, pero no se tiene en cuenta a la hora de esos beneficios que nos puede aportar y, al final, es un patrimonio que existe dentro de la ciudad y que nos puede dar respuestas o apoyarnos sobre ellas para afrontar estos diferentes desafíos. En ese sentido, habría de estudiarse la consideración que se hace del suelo dentro de los documentos de urbanismo y, luego, examinar cómo es ese suelo para comprobar sus oportunidades.
Estamos hablando de que es una medida, tal vez muy alejada en el contexto actual, pero bueno, lo que me quiero referir es que tenemos que utilizar justamente esos ecosistemas presentes, integrarlos dentro del urbanismo, no solamente limitarnos a construir zonas ajardinadas y plantar árboles. En lugar de centrarnos tanto en el árbol, tal vez realizar un manejo de esos suelos que se encuentran presentes al principio, realizar estudios de qué oportunidades nos pueden presentar esos ecosistemas para nuestro desarrollo urbanístico y a partir de ahí condicionar lo que vamos nosotros a proyectar, ver cómo lo podemos vertebrar. Ver cómo podemos proteger ese espacio, entre comillas, menos intervenido. Ver cómo lo podemos gestionar para perturbarlo lo menos posible e integrarlo dentro de nuestras zonas verdes, que vamos a tener esos espacios libres dentro del desarrollo urbanístico. Se trata de actuar de una forma más estratégica, respetar zonas verdes si está previsto mantenerlas, evitar que pase por ellas maquinaria o levantar todo el terreno. Hay que ver cómo las podemos integrar y hay cabida para protegerlo. A mi juicio, incluso ese patrimonio tan desconocido que es el suelo urbano, que en Francia ya se protege por ley desde hace años. Si apostamos por ciudades más densas para no afectar a los suelos periféricos, viene bien la reflexión de que todo no se puede construir, sino que hay que vertebrar el patrimonio natural que tenemos.
P: Un nuevo desarrollo permite observar la transformación desde suelo rústico a un suelo urbano, ¿qué oportunidades ambientales arroja?
R: Da muchas oportunidades. Aunque no tenga una calidad o una fertilidad óptima para cultivos, ese suelo tiene un valor humano y social que genera identificación entre la ciudadanía. Puede usarse para la agricultura urbana. Para desarrollar huertos urbanos. Incluso, para asentar una vegetación o renaturalizar un espacio. Por otra parte, me parece muy importante mencionar que el suelo urbano, con la vegetación que va desarrollando, es un refugio a la biodiversidad local. No estamos pensando exclusivamente en árboles, que es lo que se suele hacer por desgracia en urbanismo, sino que puede servir de base. Puede generar una especie de piedras de río para conectar la biodiversidad de insectos y macroinvertebrados que puede haber en una ciudad. Sin ir más lejos, eso permite que disminuye que haya ciertas plagas, que haya concentraciones de mosquitos…
El suelo urbano natural también se puede valorar respecto a su capacidad de infiltración de agua, dentro de los sistemas de mitigación cuando llueve y hay escorrentía, pues hoy día las ciudades tienen un alto grado de impermeabilización, que se pueden llegar a concentrar, obteniendo un potente caudal, con una velocidad importante, llegando a saturar los sistemas de evacuación de una ciudad. La medida tradicional es generar un estanque de tormentas pero, aparte, puede usarse el suelo existente para generar sistemas sostenibles de drenaje. Es decir, podemos hacer un urbanismo focalizado en aprovechar el ecosistema existente para que nos sea útil, para afrontar los desafíos de la ciudad. Hacer una gestión del territorio que valore el equilibrio entre calidad de vida, desarrollo económico y ecosistema. Según cómo se realice esa gestión, vamos a generar riesgos o beneficios. Si no lo hacemos, se pueden generar suelos artificiales que no respondan a la realidad. Por ejemplo, ciertos técnicos de ayuntamientos me comentaban en Marsella que plantaban árboles en zonas con suelos poco profundos y se les morían cuando estos lo ocupaban porque no podían prosperar.
P: ¿Son conciliables el crecimiento de la ciudad con las necesidades ambientales?
R: Son conciliables y esa conciliación mejora la calidad de vida. Nos encontramos a día de hoy un contraste de diferentes épocas de urbanismo en España. De la década de los 60 a los 70, con esas construcciones que dejaban tantos espacios libres entre los edificios, a un desarrollo que es muy invasivo, que deja algunas zonas verdes locales que se crean básicamente ajardinadas para el esparcimiento de la población. No se crea la misma calidad de vida. Tenemos unos barrios más hostiles, por ejemplo, en verano, que frente a una ola de calor ofrecen una situación más dura que esos aquellos edificios que disponen de pequeños jardines que han sido concebidos como una especie de aireación, de desconexión. En esos espacios libres con suelo activo y vegetación vamos a tener menor temperatura, en algunos casos puede ser hasta de ocho grados, frente a un territorio fuertemente impermeabilizado. Cuando llueve, este suelo ofrece más retención e infiltración de aguas, por lo que el impacto de estas es menor.
P: Démosle la vuelta ¿Cómo beneficia lo humano a lo natural.
R: En ese caso, hay que tener en cuenta la interacción, pues estamos generando una perturbación al sistema presente. Hay que ser honestos, esa perturbación es netamente negativa porque impactamos en el territorio. No va a ser beneficioso aunque a ciertas especies sí les beneficie. Otra cosa es cuánto lo vamos a impactar, cuál va a ser el grado. Y ahí es donde hemos de ser realistas y establecer un equilibrio, dentro del impacto negativo. Es decir, no es beneficioso que nosotros edifiquemos, que nosotros impermeabilicemos. Desde el punto de vista del ecosistema, es una agresión lo que está sufriendo y por eso nosotros tenemos que tratar de minimizar ese impacto, acorde obviamente a los intereses de la calidad de vida y del desarrollo económico, porque no podemos paralizarlo. Ahí está nuestra responsabilidad, por una parte, frente a los ecosistemas. Por ejemplo, hay ciertos puntos que son muy vulnerables y por tanto no se puede edificar en ellos. De hecho, suelen estar protegidos, un espacio natural protegido, pues una zona que por las características dependiente o demás, no se puede edificar.
P: Entonces, existe un impacto. Hoy día, toda construcción promociona la creación de espacios verdes y la renaturalización ¿Hasta qué punto esas nuevas zonas verdes son un parque de atracciones natural más que una reserva ambiental?
R: Estamos renaturalizando ciertas zonas verdes, pero sin embargo, no estamos cuidando o gestionando, antes de desarrollar ese proceso urbanístico, el suelo que nos encontramos. Por ejemplo, en los últimos años, los análisis se han limitado mucho a analizar la vegetación arbórea. Hay que asumir que en ciertos ecosistemas no nos vamos a encontrar árboles o, al menos, no va a ser una formación predominante. Por ejemplo, en este tipo de terrenos hay herbáceas, matorrales… Y se tiene la tentación de pensar que eso significa que se puede actuar sin más, lo que es irresponsable porque se pueden destruir horizontes orgánicos que perturban mucho el ecosistema. De partida, creo que, en un desarrollo urbanístico se pueden generar ciertas vías de acceso y respetar zonas verdes usando suelo nativo. Lo que se hace hoy no es eso, sino introducir tierras de aporte y, en el tecnosol o suelo urbano, plantar plantitas muy estéticas, que son las que le gustan al urbanismo tradicional. De esa forma, no estamos teniendo en cuenta el suelo, estamos matando un ecosistema que tarda decenas de años en formarse, para crear una zona verde. Y no se privilegia la vegetación local porque es más fea que una zona de jardín con flores o un área de árboles urbanos que soportan bien la contaminación. Lo que generamos es un impacto a la biodiversidad local. Estamos generando entonces un ecosistema artificial en vez de utilizar el que existía o poner parches para salvarlo, en vez de generar un refugio para esa diversidad.
P: ¿Cuáles son los riesgos?
R: Hay riesgos como la introducción de especies invasoras que proliferan bien, como los ailantos, las acacias o la hierba de la Pampa. Por ejemplo, esta última genera tapetes que evitan el crecimiento de otra vegetación. Hay que tener en cuenta las características del suelo. Por ejemplo, en la zona de los desarrollos del sureste hay lactosoles poco profundos. Si plantas árboles de progresión, que requieren un desarrollo de las raíces, ese árbol va a acabar muriendo. Hay que estudiar muy bien cómo se va a realizar la revegetación. Por otra parte, si se cambia el suelo, se pierde la memoria del suelo que es su banco de semillas y microorganismos. Se pierde la biodiversidad local que, quizás, no es tan espectacular como un lince, pero es vital para el sistema. Además, como decía, esos parches de vegetación tienen un significado identitario para las personas que se han criado en la zona. Por ejemplo, ocurre con las lagunas de Ambroz, que, aunque no se sepa que es producto de la acción minera, tiene un valor identitario vital para el barrio en el momento en que se crea. Es decir, la perturbación ambiental alcanza la memoria, no sólo de la diversidad, sino la memoria social asociada al terreno. Pero también puede haber situaciones positivas. Espacios como un humedal atraen fauna de los corredores fluviales a espacios que antes no se aprovechaban. Son también un paso para la biodiversidad regional, nacional e internacional, como es el caso de las migraciones de aves. El problema es que esos humedales tienen asociados ciertos servicios ecosistémicos que conllevan problemas como los mosquitos o la mosca negra. No obstante, aunque sea
Pero aunque sea ese parque de atracciones, como digamos, pues ahí está suponiendo un beneficio para muchas especias que antes no se aprovechaban.
P: Otro de los planteamientos que se realizan cuando se habla de un nuevo espacio urbanizado es su socialización, convirtiéndolo en zonas visitables y de paseo ¿El ecosistema necesita al humano?
R: La pregunta no está formulada correctamente. El ecosistema está ya regulado de por sí. No necesita más intervención humana, como la generación de frecuencia de paso. Creo que la pregunta sería si esos espacios tienen que estar exclusivamente orientados al disfrute humano y yo ahí honestamente creo que no debería ser así, es decir, hay que utilizar el territorio de una forma más estratégica y permitir y sensibilizar a la población para integrar cierta vegetación dentro del territorio y tal vez no hacerlo todo accesible al ser humano. Es decir, que pueda prosperar sin un trasiego constante del ser humano, porque eso le perjudica, es decir, no podemos hacerlo una atracción. Porque para el tránsito vamos a poner en las zonas naturales luces, a dejarlo bonito, vamos a crear unos accesos de seguridad y de emergencia, unos controles de fuegos, y también hay que dejar un espacio a esa biodiversidad para que se pueda desarrollar. Creo que muchas veces, dentro de grandes ciudades, nos podemos olvidar de cómo suena un grillo, entonces, la perturbación de estos sistemas nos impide ese contacto natural. Hay que encontrar el equilibrio, es decir, entiendo que hay zonas de esparcimiento, pero hay que tener ciertas reservas de esa biodiversidad. Eso supone hacer apuestas que, quizás, visualmente, no son tan atractivas, pero son mejores para la diversidad, como los alcorques que permiten la vegetación autóctona y local. Es decir, todo esto invita a una reflexión de cómo gestionar las zonas verdes.
P: ¿Se puede ordenar el territorio dejando en paz la naturaleza?
R: Creo profundamente que sí, se puede llegar, si bien no dejando en paz, porque estamos generando esa perturbación ya simplemente cuando estamos haciendo el desarrollo urbanístico, sí podemos tratar de gestionar el espacio de cierta forma que favorezca la creación de corredores ecológicos, es decir, espacios de refugio para minimizar nuestro impacto a lo largo del tiempo. Es necesario poner ciertas zonas al uso y crear infraestructuras, como los ecoductos, que están ahora muy de moda, como herramientas útiles de conectividad. Hay que estudiarlo caso por caso, determinando los puntos más vitales. Por ejemplo, en este cerro del sureste, entre dos corredores fluviales, sabemos que va a transitar mucha diversidad, pero nos falta algo que pueda dar una conectividad transversal porque se ha limitado la movilidad del ecosistema entre el sur y el norte, en la zona que colinda con la M-50. Esa es la parte del espacio natural protegido del sureste del Bosque Metropolitano. Este proyecto es una expansión del anillo de la ciudad a esta zona. Se va a revegetar la conexión entre las dos riberas, pero entre medias no tenemos pensada una conexión de tránsito de la diversidad.
P: Cómo cruza la M-30 o la M-50 del bosque.
R: No sólo eso. Nos encontramos que en la periferia del desarrollo urbanístico sí que tenemos un espacio natural protegido, pero entre medias, yo no he podido encontrar si ha existido un desarrollo. Vamos a hacer un enfoque de esas zonas verdes para fomentar distintos corredores de biodiversidad dentro del desarrollo urbanístico. Yo creo que en el urbanismo del siglo XXI tenemos que considerar cómo utilizar el espacio, conservar ciertos parches de suelos urbanos para ya no solamente guardar ese refugio, sino irlos uniendo para la fauna local.
P: En zona urbanizada, se aplican coeficientes a la presencia de zonas verdes ¿la naturaleza, tal y como usted la plantea, puede funcionar por coeficientes?
R: Existen herramientas, como el Factor de Área de Biotopo, que se aplica en Berlín, que permite integrar suelos poco impermeabilizados en zonas urbanas mediante coeficientes. Sí se puede integrar en la estrategia de conectividad y llegar a vertebrar esos espacios respetando por una parte el suelo presente, esos espacios naturales antes del desarrollo y vertebrarlos dentro de nuestro desarrollo urbanístico. El problema es construir un desarrollo convencional muy invasivo que deje pocas zonas verdes y que concentre toda la actividad en un parque que esté rodeado de zonas impermeabilizadas. Vuelvo al concepto de equilibrio al realizar una planificación estratégica de los espacios verdes en función, no solamente del ciudadano, sino también de la conectividad ecológica.
P: Otro de los aspectos de los planteamientos en boga es la renaturalización de cauces ¿Esa reconstrucción transforma la realidad del ecosistema?
R: Puede, si nos encontramos con un espacio muy impermeabilizado, pues aumentamos la peligrosidad cuando llueve de que haya una crecida de caudales de agua que, aunque estacionales, pueden ofrecer una lámina y una velocidad mayor si se encuentran un territorio muy transformado y con menos capacidad de infiltración porque condicionamos la forma de canalizarlo. Pero eso es un clásico de los territorios urbanos. Por tanto, en ese caso hay siempre que hacer estudios de inundabilidad. Es más, una cartografía de inundación para los caudales efímeros, como ya existe en otras zonas de España. Las renaturalizaciones deben incluir un análisis de riesgos ante situaciones extremas. Lo más fácil es decir que hay que construir estanques de tormentas, pero hay que reflexionar en cómo es el territorio antes de tocarlo para ver cómo influyen agentes como el agua, los sedimentos, los restos vegetales o las arenas, y como van a impactar los obstáculos del territorio en su discurrir.
P: ¿Una renaturalización del territorio puede volverse en contra de las ciudades?
R: Sí. Por ejemplo, una mala selección de especies vegetales puede perturbar de forma negativa el ecosistema o compactar el suelo, afectando a la infiltración.
P: ¿Qué características ambientales tiene el sureste?
R: Funciona como una estrategia común, porque es justo la divisoria de los dos ríos, y entonces tiene unas características geológicas particulares, vegetales particulares y de fauna particulares dentro de lo que es el Parque Regional del Sureste. Tiene un idioma propio y complejo. Tenemos una litología yesífera con presencia de sílex. El relieve es generalmente plano, con desmontes y cerros a medida que nos acercamos a los ríos. Nos condiciona un desarrollo de un cierto tipo de suelos, principalmente son suelos luvisoles, que no tienen una fertilidad espectacular, pero son suelos muy aptos para el cultivo cerealero, para la progresión de herbáceas y además son muy vulnerables a la erosión, a perder, si no se realiza una gestión correcta, esos horizontes orgánicos que contienen la vida. Luego, según nos vamos, por ejemplo, a los cerros, nos encontramos unos suelos muy poco profundos que son los leptosoles, que condicionan mucho el desarrollo urbanístico. Por otra parte, tenemos desde el punto de vista de la superficie de agua varios arroyos, no solamente los dos ejes fluviales del Manzanares y del Jarama, como La Marañosa o Los Migueles. Hay que hablar, desde el punto de vista de la localización, de espacios naturales protegidos limitados en su periferia, tanto al este como al sur como al oeste, por vías rápidas y el parque natural. Es decir, tenemos un territorio muy, muy enclaustrado.
P: ¿Cómo actúa el ecosistema al verse encapsulado en esa zona?
R: Por una parte, la diversidad se enfoca a que exista una conectividad en el perímetro. Entonces, a nivel del desarrollo se utiliza una división entre esas zonas verdes locales, que es dentro de cada desarrollo urbanístico, muy diferencial dependiendo del barrio, a unas zonas verdes periféricas que coinciden justamente con los límites que he comentado. Ahí ya tenemos una perturbación, es decir, estamos impactando todo ese territorio y expulsando la biodiversidad, como si dijéramos hacia la heterogeneidad. Ya estamos ocupando su espacio, no estamos aportando suficientes medidas para generar ese flujo de conectividad de la biodiversidad. Luego, sin duda, si estamos hablando ya simplemente del impacto que está teniendo, vamos a generar una destrucción de los suelos presentes. A medida que nos acercamos a los cerros, no se ven tan alterados porque coinciden con un área de protección geomorfológica y también porque es más difícil construir ahí porque el suelo es peor. Allí, los suelos son más delgados, leptosoles, y el relieve dificulta la urbanización. En esas zonas, hay que vigilar muy bien el paso de la escorrentía. Sin duda, en toda la zona del sureste va a impactar la isla de calor porque el territorio va a estar más impermeabilizado que hasta ahora. Va a retener más radiación infrarroja y vamos a tener unos grados más que en el caso de los veranos de Madrid, lo que va a impactar también sobre la vida de los ciudadanos. Muchos de estos problemas, no obstante, son comunes a cualquier desarrollo urbano.
P: ¿Existen espacios de oportunidad en el sureste?
R: Claro. Parece que se respetan los coeficientes y estos se pueden utilizar dentro de un esquema de una verdadera infraestructura verde dentro de la ciudad. Es decir, se puede favorecer el flujo de la conectividad y disminuir la impermeabilización del suelo e integrarlo. Es decir, hay posibilidad de aprovechar la inteligencia estratégica que tenemos sobre el territorio, dentro de que está todo planificado.
P: ¿Cómo influye en esta ecuación el Parque Regional del Sureste?
R: Es un espacio muy intervenido pero muy interesante desde el punto de vista ecológico. Hay que tratar de integrarlo y garantizar el tránsito de la biodiversidad. Esa integración puede servir para privilegiar ciertos tipos de fauna, como macroinvertebrados o avifauna, para alcanzar un equilibrio. En ese sentido, el Bosque Metropolitano es una oportunidad.
Fuente: https://nuevosureste.es/jesus-diaz-ambientologo-entrevista/